La vida nos enseña muchas cosas, aprendemos a sufrir, a vernos recaídos, sin opción de levantarnos; pero también nos enseña a poner corazas a nuestro alrededor. Nos quita, cuando al instante nos está dando y nos vuelve sabios, cuando perdemos la luz.
A veces perdemos sangre, momentos, recuerdos y personas. Se nos escapa la alegría entre los dedos; nos encontramos tan desnudos a la deriva del desconsuelo. Nos invade la desilusión al creer que no hay dolor más grande que ese que estamos viviendo.
Es ese el momento en que nos damos cuenta que hay cosas inevitables. Hay momento en que nos toca desprendernos de cosas dolorosas, de momentos, personas y recuerdos que solo anclan nuestra vida y nuestra mente, a una vida estática situada en el centro de un mundo en movimiento.
En esos momentos pareciera que nada tiene sentido, el color del día cambia y se transforma, todo lo ves oscuro y te sientes tan impotente porque no todo sale como queremos. Ahí a la deriva de esa nada, en el centro del mundo en movimiento, aprendes que a veces hay que despedirse de personas, cosas, recuerdos y momento, que el mundo avanza y nosotros decidimos si queremos quedarnos anclados en el pasado o si aprendemos con dolor que la sabiduría cuesta un poco más que la resignación, aunque la primera a largo plazo es más placentera.
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